Quizá esta sea por la inesperada virtud de la ignorancia de la que nos hablaba Iñárritu, que no es tanto no saber arte, sino el poder aceptar y después aguantar la basura toxica que allá producen, sin generalizar por supuesto. Quizá vaya un poquito más acá, y sea la superficialidad del caso lo que logra que nosotros veamos el cine norteamericano. Lo superficial no es el discurso, no es el dialogo, no son los símbolos, una escena que referencie una pintura, la filosofía y el arte conjugados en imágenes. No es eso. Es lo estruendoso, es la sangre, la magnificencia de los efectos especiales y lo disneylandesco, es, como diría Ibargüengoitia, “lo grandote por lo grandioso”

Lo consumimos, sí. Hasta el hartazgo. Puede que sea una cuestión cultural. Nos habían dicho que lo mejor del cine se hace allá en el norte. Que allá están las superproducciones y las superestrellas, los mejores directores y guionistas. Nadie lo duda. Por eso consumimos. Los nombres atraen, tanto como lo hacen las cantidades que se gastan. Pero a fin de cuentas se trata más de la historia, de cómo se cuenta. Pero aquello queda en segundo plano.

Entonces, como acá abajo no tenemos los presupuestos, y de nombres tenemos unos cuantos, que más bien son pocos, consideramos nuestro cine poco aprovechable, o sea, una pérdida de tiempo. Pensamos esto y no nos atrevemos a ver al cine mexicano como promesa y nos damos nuestras reservas, aun después de los importantes nombres que han sobresalido y que solo tomamos en cuenta ya que trabajan en Hollywood.

¿Por qué vemos el cine que hace Estados Unidos? Realmente no lo sé. Quizá sí, insistiría en los presupuestos. Con ellos podríamos hacer una película de acción al estilo Duro de matar. Porque sinceramente no veo dificultad en que un director mexicano, ya sea argentino, ya sea de medio oriente, queriendo ir mas allá de su cultura y sabiendo bien lo que hay y lo que hubo en literatura rusa, pueda hacer un Boris Grushenko como el que hizo Woody Allen.

Imagen relacionada
La ultima noche de Boris Grushenko de Woody Allen, 1975

Lo cierto es que nos hemos acostumbrado a ese cine y nos aburre, o nos asusta, algo que se salga de sus parámetros. Somos totalmente capaces de aguantar dos horas de disparos y estallidos, pero no soportamos una obra de hora y media que nos disponga a cuestionarnos los límites del bien y el mal con una trama lisa y llana; por eso que los directores recurren al sexo como elemento atrayente.

Si bien hay que entender que cada una tiene fines distintos, hay que empezar a cuestionar los medios: “si vas a hacer basura para conseguir mi dinero, haz basura que realmente aprecie”. Podríamos decir, para después evitar enojos saliendo de las salas de cine.


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