Contrario a lo que podríamos creer, el embarazo no siempre es una experiencia maravillosa que pone en perspectiva la grandeza de la vida; me atrevo -en mi falta de experiencia y extenuante reflexión- a decir que el embarazo es aterrador.

Y no se teme por el otro -ese habitante de nuestro cuerpo-, no se teme por su futuro sufrimiento; por el contrario, el temor reside en la pérdida de la libertad fáctica que un hijo representa.

La mujer alberga -inclusive es esta la función de su aparato reproductor- alberga a la pareja y posteriormente a su fruto, una responsabilidad constante es ceder espacio dentro de su propio cuerpo y más tarde de su vida.

Cuando una mujer se convierte en madre, deja de ser la primera persona en su vida y el consuelo reside en amar a los hijos en ese frente una madre parece no tener opción. El hijo crecerá y dejará así de necesitar a su madre y sin embargo el tiempo de ésta ya ha pasado con él.

Ahí reside el verdadero temor -desde la perspectiva de una mujer que no es madre- en la responsabilidad de ceder y avanzar como un pilar a costa de la juventud de tus rodillas.


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