Cineastas en Toluca. Brevísimo manual de pesca.

Arriaga y Terrazas, Cineastas que escriben
Escritores que hacen cine. Cineastas que escriben.

En la tarde de este lunes, en FILEM se habló de cine. Los invitados: dos escritores cineastas. Guillermo Arriaga, guionista de Amores perros, Babel y 21 gramos.  Compartió con Kyzza Terrazas, director de «Somos Lengua», y guionista de la recién premiada serie «Aquí en la tierra«. El escritor Mauricio Montiel fue el feliz encargado de sacar jugo a las opiniones y experiencias fílmico-literarias de estos dos creadores.

 

 

La conversación abordó un tema recurrente que no alcanza a ser trillado simplemente porque es esencial. La relación entre la imagen en movimiento y la palabra escrita. Entre la literatura y el cine, el guión y la realización. Entre las historias y los medios que escogemos y declinamos para contarlas. A veces mucho, mucho mejor que otras.

La seguridad en la actitud y las palabras de Arriaga son incuestionables. Él se considera a sí mismo como un hombre que se ha dedicado a la literatura y que además ha colaborado en el cine y ha sido realizador. Un escritor que ha podido contar historias por otras vías. El temple de cazador de Arriaga nos hace reconocer que es algo que ha sabido siempre, y no sólo una afirmación al paso.

El creador, originario de Iztapalapa, tiene créditos repartidos en guión, dirección y producción en más de ocho largometrajes; pero hay que resaltar los cinco títulos impresos en su haber. El último, «El Salvaje», novela de más de 700 páginas editada por Alfaguara en 2016.

Kyzza Terrazas es keniano por suelo, mexicano de sangre, filósofo de formación y cineasta por venturoso encuentro. Empezó con la determinación de ser escritor (El primer ojo, 1997, Ediciones Sin Nombre), sin embargo, una curiosidad inagotable lo ha llevado de las letras al cine y de regreso.

Para el director de «El lenguaje de los machetes» y guionista de «Deficit» (opera prima de Gael García Bernal). La escritura literaria y la propia del trabajo cinematográfico son dos actividades difíciles de congeniar en el desempeño profesional. Llevar a cabo el guión de una serie es una tarea que deja poco espacio para la escritura de literatura convencional.

¿La gran literatura a la pantalla o gran literatura para la pantalla?

Los muy dispares resultados que se pueden obtener al hacer adaptaciones cinematográficas de piezas literarias son un tema para discutir. Ambos coinciden en que la calidad de un producto artístico no determina el resultado de su traslación a otro formato.Guillermo Arriaga y Kyzza Terrazas

A propósito del desafortunado éxito de las adaptaciones de sus novelas, Arriaga explicó con cierto humor la máxima del medio: «de buen libro mala película y de mal libro buena película». Por su parte, confiesa haber rechazado proyectos de grandes fondos para rodar, desde «Cien años de soledad» de Márquez, hasta «Las nieves del Kilimanjaro», de Hemingway. Para él resulta más atractivo -y menos estresante- que la creación cinematográfica sea capaz de formular las buenas historias que desea contar.

En términos de adaptación la opinión de los dos cineastas es compartida. La mejor postura del director: leer el texto, intentar extraer su alma y hacerlo a un lado antes de rodar.

A Terrazas sin embargo, le parece crucial la paradójica capacidad del cine para llevar la literatura a amplios públicos en una época dominada por la cultura audiovisual. Pues son estos mismos recursos los que tienen el potencial de acercar de nuevo la literatura a la gente.

En la otra cara de la moneda, los dos artistas escriben historias que deben llegar a circuitos más o menos comerciales. Sobre cómo lidiar de modo favorable con la interpretación audiovisual de su trabajo, para Terrazas el enriquecimiento de sus textos por parte de la producción es un gran ejercicio. Arriaga va directo por lo saludable; sugiere seguir el método de trabajo que prescribía Hemingway en sus colaboraciones con Hollywood: Take the money and run!

Para la anécdota

La distancia entre la vida de una obra literaria y su adaptación al cine es vasta. Excepto cuando hace falta.

Arriaga aprendió la lección un poco a cubetazos. Su novela «El búfalo de la noche» (1999), gozó de cierto reconocimiento en su salida a las librerías. Pero fue después de la trilogía de «Amores perros» (2000), «21 gramos» y «Babel» (2006), que El búfalo alcanzó  un boom editorial. Sobre todo, a raíz de su reedición en Belacqva (2006), que en España rondaba 50,000 ejemplares vendidos.

En 2007 el vértigo de El búfalo llegó  finalmente a las salas del cine de la mano de Jorge Hernández. La cinta no repitió la proeza de su hermana de papel. Y aún peor. La película pasó desapercibida, pero no su escaso éxito taquillero; la onda expansiva del chasco alcanzó al libro. Después de la exhibición del film, poco tiempo tardaron en estancarse las copias de El búfalo que aún seguían en librerías.


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